La relación entre Pablo Neruda y Miguel Hernández vino a marcar el camino del descubrimiento de un espacio estético e ideológico que convirtió a Miguel en el poeta liberado, de los rayos y tormentas, revolucionariamente librepensador y universal.
“Vengo muy satisfecho de librarme
de la serpiernte de las múltiples cúpulas,
la serpiente escamada de casullas y cálices;”[i]
Miguel siente admiración por Neruda y comparte con él ese profundo sentimiento de hermanamiento correligionario (hemos de agruparnos oceánicamente):
“Entre las personas que entran de golpe y hondo en la vida de uno cuento a Pablo. Nos enfrentamos por vez primera una noche de hace más de dos años. Acabámamos de llegar a Madrid, él con polvo en la frente y los talones de la India, yo con tierra de barbecho en las costuras de los pantalones. Y me sentí compañero entrañable suyo desde los primeros momentos.”[ii]
Neruda nos dice de Miguel: “Yo le conocí cuando llegaba de alpargatas y pantalones campesinos de pana… Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital.”
Ese Madrid, ciudad espléndida de arañas, de difíciles barrancos de escaleras y calladas cataratas de ascensores, Babel de las babeles, es el que va distanciando a Miguel de su bondadosa y católica relación con su amigo del alma, Ramón Sijé, que lo acusa en una de sus cartas de transformación terrible y cruel[iii]: “Nerudismo (¡qué horroroso!, Pablo y selva, ritual narcisista e infrahumano de entrepiernas, de vello de partes prohibidas y de prohibidos cabellos); aleixandrismo; albertismo.”
Es una transformación convertida en revelación. La sensación de vacío que le produce Madrid la llenan sus nuevos horizontes en los que la vida es vida y la muerte es muerte, el amor es pasión y el dolor traspasa como carnívoro cuchillo su existencia y sus ausencias. Y Miguel se llena, se nutre, se acompaña de Neruda y lo reclama:
“en este aquí te cito y te congrego,
de este aquí deleitoso te rodeo.
…
De corazón cargado, no de espaldas,
con una comitiva de sonrisas
llegas entre apariencias de océano…”
No es menos el afecto y la consideración personal y poética del que luego sería Premio Nobel de Literatura (1971); de hecho en 1960, con Miguel ya oscurecido, desaparecido y proscrito, escribe lo siguiente desde París:
“Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra.
No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera.
¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!.”
Un mensaje que no fue publicado hasta el 6 de octubre de 1973 por la revista “Triunfo”. Apenas unos días después de la muerte de Neruda, enfermo aunque supuestamente envenenado por los sicarios del nuevo régimen del dictador Pinochet.
Una nueva ausencia, un 23 de septiembre, destinos de truenos. Premonitorio Miguel:
Y veo entre nosotros coincidencias de barro,
referencias de ríos que dan vértigo y miedo
porque son destructoras, casi rayos
sus corrientes que todo lo arrebatan;”[iv]
[i] De su poema “Sonreidme”. En “Miguel Hernández. Obra completa. Vol. I”. Espasa Calpe
[ii] “Pablo Neruda, poeta del amor”. En “Miguel Hernández. Obra completa. Vol. II”. Espasa Calpe
[iii] En una carta de Ramón Sijé a Miguel Hernández tras la lectura de su poema “Mi sangre es un camino”.
[iv] De su poema “Oda entre sangre y vino a Pablo Neruda”. En “Miguel Hernández. Obra completa. Vol. I”. Espasa Calpe
Hermoso