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  • Foto del escritorLUIS MIGUEL MIÑARRO

28 de marzo: como flor, como mar, como pluma

Actualizado: 28 mar



Nos han dejado un muerto a modo de premeditado castigo, con la alevosía de sables y casullas, con la fiereza de los que no perdonan a los que piensan diferente, a los que aspiran a liberarse de los yugos, a los que intentan auparse a los muros y elevar la mirada hasta las nubes que traen el agua de rincones lejanos, de mares insondables. En el recuento de presos de esa mañana fría y desangelada del 28 de marzo hay un rumor que estremece y envuelve sin arrullo a los tristes moradores de la cárcel de Alicante. El río de emociones desemboca en un silencio que alumbra ya y homenajea al que ha resuelto con su sacrificio ser leyenda, «esa gloria rompiente, generosa que un día revelara a los hombres su destino; que habló como flor, como mar, como pluma, cual astro».[1]

Algunos testigos manifiestan que, una vez amortajado y puesto en el cajón, el féretro recorrió el patio de la prisión acompañado por banda de música al ritmo de marcha fúnebre. No obstante, otros hablan de soledad y tristeza, de despedida silenciosa y lágrimas. Seguramente, esto último fuera lo que allí ocurrió; la cosa no estaba para músicas, más bien para cegar la voz y la poesía con la saña y la soberbia de quienes habían sido conminados para ello, con energía y sin paliativos, desde el principio de la contienda: «Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas. ¡Camaradas! ¡Por Dios y por la patria![2].

Represión y silencio a modo de renacida Inquisición por inspiración del doctor Vallejo-Nájera y de la propia Iglesia:

A la acción vigilante del Estado, que por sus oficinas de censura está ejerciendo una magnífica labor de depuración, lenta e insuficiente por escasez de apoyos, hay que añadir la vigilancia y la colaboración de todos los buenos españoles… Junto a la vigilancia, la delación inmediata y enérgica. ¿Habéis dicho Inquisición?[3] 

Tal vez esperaban que ese fuera el destino de la obra de Miguel Hernández, y de su recuerdo tras el escrutinio: la hoguera, la muerte, el olvido.


Es ya la tarde cuando un triste y reducido cortejo acompaña al simple cajón que viaja hasta el cementerio de Alicante sobre una tartana tirada por un caballo viejo. Cinco personas van acompañando para el adiós definitivo. Su deseo es velarlo en el depósito, pero son expulsados porque las tapias del cementerio tienen otros visitantes por la noche, presos que van a ser fusilados para los que conviene que no haya testigos.

A la mañana, Domingo de Resurrección, 29 de marzo, Josefina ha pedido despedirse con un último intento compasivo de cerrar los ojos de Miguel, que no han podido ser apagados.[4] Resulta así metáfora de luz que no se acaba nunca, como dijera Vicente Aleixandre, que ilumina caminos y senderos por los que ha de transitar su memoria, ya desdramatizada al haber trascendido del hombre para haberse convertido en símbolo, en mito, tornando un adiós en un hasta siempre.


[1] Vicente Aleixandre. Elegía. En la muerte de Miguel Hernández.

[2] En el número 1 del periódico Arriba España, órgano falangista, de fecha 1 de agosto de 1936.

[3] En el editorial de la revista Ecclesia, de 12 de septiembre de 1942.

[4] Miguel padecía una alteración de la glándula tiroides que le provocó desorbitación ocular.


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